viernes, 15 de abril de 2016

TALLER COOPERATIVO: "La hora del cuento"

Antes de empezar a describir mi actividad, la forma de transmisión que yo elegí o cómo se me dio el taller cooperativo que hicimos en el aula, me gustaría destacar qué he aprendido. Cuando yo, en mi aula, escojo y cuento un libro infantil, siempre elijo la narración. Pienso que es la mejor forma de captar la atención de mis espectadores. Así puedo transmitir la dulzura de unas partes o mantener un suspense y nerviosismos hasta que el lobo aparece, o el protagonista consigue hacer lo que se propone. Esta forma de contar historias siempre es la que más me ha gustado, eso sí, apoyando la narración con imágenes, porque hasta ahora mis oyentes han sido muy pequeños y creo que aun no tienen la capacidad cognitiva de imaginarse una chimenea si se la describo, o un camino corto por donde llega antes el lobo, al lado de uno largo que es el que recorre Caperucita. Pero nunca me había parado a pensar que hay ciertos libros que deben ser leído a “pies juntillas” porque si no, pierden la magia de su creación. Me encantaron los dos ejemplos que descubrí en la sesión presencial: “Y llegó Eric” y “Un bicho extraño”.
Siempre, inconscientemente había rechazado ese tipo de transmisión y ahora me he dado cuenta que hay ciertos libros que la requieren. Eso me encantó y me motivó a buscar nuevos títulos para ejercer este tipo de estrategia comunicativa.

Tras esto, como ya se me ha escapado, elegí la narración con libro, que es mi especialidad. A pesar de que, aunque te lo propongas, contar una historia delante de un público adulto como si estuvieras ante un grupo de niños nunca sale como si de este se tratara. Pero bueno, había que hacerlo y me puse manos a la obra. Tenía un gran hándicap, y era el tiempo. Ya casi se acababa y tenía que compartirlo con mi compañera Gabriela, así que no me explayé como si el tiempo me sobrara, pero aun así quedé contenta con el resultado.

El libro elegido fue: El globito rojo de Iela Mari, adaptado a la edad de 2-3 años. En este periodo los niños comienzan a construir los símbolos y tiene una inclinación por la interpretación “mágica” de la realidad. Construyen sus conceptos a raíz de experiencias que viven a través del mundo que les rodea y no saben separar bien la realidad de la ficción.
A estas edades, les gusta escuchar los cuentos leídos o narrados partiendo de las imágenes. Y si no, cuántas veces le he dicho yo a un padre, mientras su hijo ojea un libro: “mira, aquí tienes a tu hijo leyendo” y estos se ríen pensando que es una broma, pero no es así, es su forma de leer.




Elegí El globito rojo porque, creo, es un libro muy completo a pesar de su gran sencillez. Con él se pueden trabajar conceptos simples relacionados con forma (círculo), color (rojo), tamaño (grande/pequeño). Permite identificar objetos (manzana, paraguas), nociones (lluvia, viento) o situaciones (una manzana que cae).

Si alguno ya ha ojeado este libro habrá pensado lo más obvio: ¿Si no tiene texto? Pues sí, se trata de un libro que se compone solo de imágenes, a las que he añadido una narración preciosa que encontré en internet, de una autora que se dedica a los cuentacuentos. Por si le interesara a alguien, voy a plasmarlo aquí, para que su magia siga viajando por otras aulas.

Al niño se le escapó un globo, se le perdió.
¡Debía ser otra cosa el muy juguetón!
Primero fue manzana y de un árbol se colgó,
pero al verse ahí arriba sintió miedo y pensó,
seguro que en el suelo me encuentro mucho mejor.
Pero la caída fue tan fuerte ¡Crac! Que se partió.
Pero enseguida le salieron alas y en mariposa se convirtió.
Y volando y volando entre las flores sintió envidia y pensó,
seguro que entre todas ellas luzco mucho mejor.
Y al ver tan linda amapola el niño que un globo perdió,
quiso jugar con ella, asique la cogió y se la llevó.
Y jugando y jugando con ella se dio cuenta y descubrió
que como flor era bonita, pero que cuando sopla el viento
y cae la lluvia, como paraguas es mucho mejor.



Como no, mi preparación para el taller fue ante mi público más leal, mi aula. Se compone de 14 estupendos niños a los que quiero y mimo a diario. Ellos, que siempre tienen una cara de ilusión cuando les propongo el contar una historia o un aplauso cuando termino, lo haya hecho como lo haya hecho. Asique días atrás, narré este cuento cada mañana. Mientras lo hacía pude ir viendo en sus caras qué necesitaba pulir. Hasta que logré que Hugo gritara “¡Crack!” muy emocionado y que Alba hiciera pucheros cuando al niño se le escapó el globo. Todo dependía de mi entonación y de si, según yo lo contaba, me lo estaba creyendo o no.
A parte de la interpretación hay otra clave para el éxito en una narración y es la interacción con el público. Por ello, mientras cuento esta historia hago pequeñas paradas en las que pregunto: “¿Qué creéis que le pasó a la manzana?” y dejo que formulen hipótesis para luego resolverlas pasando la página. O les invito a hacer onomatopeyas que es algo que a los niños les atrae mucho.  



Llegó el día de hacer el taller y puse en práctica lo ensayado en el aula. Narré la historia despacio, en un tono dulce y agradable. Interpreté escenas como si estuviera dentro de ellas:



¡Adiós globo! (decimos adiós con la mano mirando hacia arriba)



Hice pequeñas pausas en las que pregunté.



¿Qué creéis que le pasó a la manzana?





¡Crac! ¡Se partió!




Describí alguna imagen y adornamos la historia con onomatopeyas.











   


Imitamos el ruido que suena al hinchar un globo, o el “tic, tic” de las gotas de lluvia al caer.


Al acabar, recibí la evaluación de mis compañeras, que se mantuvieron escuchando atentas durante toda mi narración. De ellas obtuve críticas constructivas de las que tomé buena nota para mejorar mi práctica. Tras felicitarme por mi elección, me dijeron que echaron en falta más expresividad a la hora relatar. Conociéndome, debía haber puesto más empeño en la interpretación, que no fue suficiente. Pero ellas quedaron contentas con la elección, creo que disfrutaron y la verdad, que yo también con la respuesta que recibí. También, vuelvo a hacer hincapié, en que, aunque una se lo proponga, es difícil contar una historia a unos adultos como si de niños se tratara.


autoevaluación
He de confesar el cambio de opinión que tuve acerca de la realización del taller, antes y después de experimentarlo. Cuando leí la actividad en la guía de trabajo pensé: otra vez he de contar un cuento ante adultos, con lo poco que me llena espiritualmente. Considero que es algo que sé hacer, y me gusta, pero me gusta entregarme a los niños, y contar un cuento a otro tipo de público me resulta aburrido, incluso incoherente si a este no le interesa esta clase de literatura.
Pero bueno, lo hice, y cuál fue mi sorpresa al ver que tras la realización he aprendido mucho más de lo que yo me creía. He aprendido a la importancia que tiene marcar la diferencia entre una narración con libro y la lectura de uno de ellos. Que la elección de lectura, en determinados libros, es lo más idóneo, pues es la forma de transmisión que requieren. También la importancia de transmitir ciertos elementos cuando uno relata una historia, como cercanía y credibilidad. Y el deber de ensayar y preparar una narración, para que sea una narración de calidad.   

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