Antes de empezar a describir mi actividad, la forma
de transmisión que yo elegí o cómo se me dio el taller cooperativo que hicimos
en el aula, me gustaría destacar qué he aprendido.
Cuando yo, en mi aula, escojo y cuento un libro infantil, siempre elijo la
narración. Pienso que es la mejor forma de captar la atención de mis
espectadores. Así puedo transmitir la dulzura de unas partes o mantener un
suspense y nerviosismos hasta que el lobo aparece, o el protagonista consigue
hacer lo que se propone. Esta forma de contar historias siempre es la que más me
ha gustado, eso sí, apoyando la narración con imágenes, porque hasta ahora mis oyentes
han sido muy pequeños y creo que aun no tienen la capacidad cognitiva de
imaginarse una chimenea si se la describo, o un camino corto por donde llega
antes el lobo, al lado de uno largo que es el que recorre Caperucita. Pero
nunca me había parado a pensar que hay ciertos libros que deben ser leído a “pies
juntillas” porque si no, pierden la magia de su creación. Me encantaron los dos
ejemplos que descubrí en la sesión presencial: “Y llegó Eric” y “Un bicho
extraño”.
Siempre, inconscientemente había rechazado ese
tipo de transmisión y ahora me he dado cuenta que hay ciertos libros que la
requieren. Eso me encantó y me motivó a buscar nuevos títulos para ejercer este
tipo de estrategia comunicativa.
Tras esto, como ya se me ha escapado, elegí la narración con
libro, que es mi especialidad. A pesar de que, aunque te lo propongas, contar
una historia delante de un público adulto como si estuvieras ante un grupo de
niños nunca sale como si de este se tratara. Pero bueno, había que hacerlo y me
puse manos a la obra. Tenía un gran hándicap, y era el tiempo. Ya casi se
acababa y tenía que compartirlo con mi compañera Gabriela, así que no me
explayé como si el tiempo me sobrara, pero aun así quedé contenta con el
resultado.
El libro elegido fue: El globito rojo de Iela Mari,
adaptado a la edad de 2-3 años. En este
periodo los niños comienzan a construir los símbolos y tiene una inclinación
por la interpretación “mágica” de la realidad. Construyen sus conceptos a raíz
de experiencias que viven a través del mundo que les rodea y no saben separar
bien la realidad de la ficción.
A estas edades, les
gusta escuchar los cuentos leídos o narrados partiendo de las imágenes. Y si
no, cuántas veces le he dicho yo a un padre, mientras su hijo ojea un libro:
“mira, aquí tienes a tu hijo leyendo” y estos se ríen pensando que es una
broma, pero no es así, es su forma de leer.
Elegí El globito rojo
porque, creo, es un libro muy completo a pesar de su gran sencillez. Con él se
pueden trabajar conceptos simples relacionados con forma (círculo), color
(rojo), tamaño (grande/pequeño). Permite identificar objetos (manzana,
paraguas), nociones (lluvia, viento) o situaciones (una manzana que cae).
Si alguno ya ha ojeado este libro habrá pensado lo más obvio:
¿Si no tiene texto? Pues sí, se trata de un libro que se compone solo de
imágenes, a las que he añadido una narración preciosa que encontré en internet,
de una autora que se dedica a los cuentacuentos. Por si le interesara a
alguien, voy a plasmarlo aquí, para que su magia siga viajando por otras aulas.
Al niño se
le escapó un globo, se le perdió.
¡Debía ser
otra cosa el muy juguetón!
Primero fue
manzana y de un árbol se colgó,
pero al
verse ahí arriba sintió miedo y pensó,
seguro que
en el suelo me encuentro mucho mejor.
Pero la caída
fue tan fuerte ¡Crac! Que se partió.
Pero
enseguida le salieron alas y en mariposa se convirtió.
Y volando y
volando entre las flores sintió envidia y pensó,
seguro que
entre todas ellas luzco mucho mejor.
Y al ver tan
linda amapola el niño que un globo perdió,
quiso jugar
con ella, asique la cogió y se la llevó.
Y jugando y
jugando con ella se dio cuenta y descubrió
que como
flor era bonita, pero que cuando sopla el viento
y cae la
lluvia, como paraguas es mucho mejor.
Como no, mi preparación para el taller fue ante mi público más
leal, mi aula. Se compone de 14 estupendos niños a los que quiero y mimo a
diario. Ellos, que siempre tienen una cara de ilusión cuando les propongo el
contar una historia o un aplauso cuando termino, lo haya hecho como lo haya
hecho. Asique días atrás, narré este cuento cada mañana. Mientras lo hacía pude
ir viendo en sus caras qué necesitaba pulir. Hasta que logré que Hugo gritara “¡Crack!”
muy emocionado y que Alba hiciera pucheros cuando al niño se le escapó el
globo. Todo dependía de mi entonación y de si, según yo lo contaba, me lo
estaba creyendo o no.
A parte de la interpretación hay otra clave para
el éxito en una narración y es la interacción con el público. Por ello,
mientras cuento esta historia hago pequeñas paradas en las que pregunto: “¿Qué creéis
que le pasó a la manzana?” y dejo que formulen hipótesis para luego resolverlas
pasando la página. O les invito a hacer onomatopeyas que es algo que a los
niños les atrae mucho.
Llegó el
día de hacer el taller y puse en práctica lo ensayado en el aula. Narré
la historia despacio, en un tono dulce y agradable. Interpreté escenas como si
estuviera dentro de ellas:
¡Adiós globo!
(decimos adiós con la mano mirando hacia arriba)
Hice pequeñas pausas en las que pregunté.
¿Qué creéis que le
pasó a la manzana?
¡Crac! ¡Se partió!
Describí alguna imagen y adornamos la historia con onomatopeyas.
Imitamos el ruido que suena al hinchar un globo, o el “tic,
tic” de las gotas de lluvia al caer.
Al acabar, recibí la evaluación
de mis compañeras, que se mantuvieron escuchando atentas durante toda mi
narración. De ellas obtuve críticas constructivas de las que tomé buena nota para
mejorar mi práctica. Tras felicitarme por mi elección, me dijeron que echaron
en falta más expresividad a la hora relatar. Conociéndome, debía haber puesto
más empeño en la interpretación, que no fue suficiente. Pero ellas quedaron
contentas con la elección, creo que disfrutaron y la verdad, que yo también con
la respuesta que recibí. También, vuelvo a hacer hincapié, en que, aunque una
se lo proponga, es difícil contar una historia a unos adultos como si de niños
se tratara.
autoevaluación
He de confesar el cambio de opinión que tuve
acerca de la realización del taller, antes y después de experimentarlo. Cuando leí
la actividad en la guía de trabajo pensé: otra vez he de contar un cuento ante
adultos, con lo poco que me llena espiritualmente. Considero que es algo que sé
hacer, y me gusta, pero me gusta entregarme a los niños, y contar un cuento a
otro tipo de público me resulta aburrido, incluso incoherente si a este no le
interesa esta clase de literatura.
Pero bueno, lo hice, y cuál fue mi sorpresa al ver
que tras la realización he aprendido mucho más de lo que yo me creía. He
aprendido a la importancia que tiene marcar la diferencia entre una narración
con libro y la lectura de uno de ellos. Que la elección de lectura, en
determinados libros, es lo más idóneo, pues es la forma de transmisión que
requieren. También la importancia de transmitir ciertos elementos cuando uno
relata una historia, como cercanía y credibilidad. Y el deber de ensayar y
preparar una narración, para que sea una narración de calidad.